Hace unos días revisaba cajas en el trastero mientras oía las noticias de la radio. Es ese momento en el que podemos decir que ordenamos y reorganizamos el pasado, comprobando el estado de viejas fotos del colegio, algún disfraz o trabajo manual, libros de texto olvidados con garabatos de cohetes a los lados, esa camiseta roída por el uso o aquellas entradas para el concierto que puso banda sonora a aquella adolescencia.
Entonces las vi. ¡Cartas! Un hatillo de viejas misivas en papel amarillo tiempo. Me costó explicar a mi hijo, … y que el entendiera, que aquellos papeluchos eran la forma que teníamos de decirnos cosas importantes, y más aun me costo explicar que con un leve vistazo al sobre, podía sacar información que él mismo nunca hubiera imaginado.

La calidad del papel indicaba algo serio o institucional, una boda o un certificado, la almizclada y de color verde agua olía a ecos de un latir temprano y despistado en el recuerdo, los bordes rojo y azul me hacían volar hasta un lluvioso verano, y así … una tras otra deslizaba las cartas entre mis dedos deshojando la margarita de una vida. Si, … no, … si…. arrancando sonrisas o miradas perdidas, furtivas y ausentes, donde un segundo llegaba a condensar media vida.
Toda una experiencia, ¿no? Pero la radio seguía con las noticias de “estos” y de “los otros” … y caí en cuenta.
Palabras, garabatos y sonidos.
¿Cómo hemos llegado a esto? Las palabras siempre fueron “cartas”. Unos garabatos sobre papel o un sonido que evoca en nuestra mente y en la del destinatario de la misiva una idea, una substancia. Pero ahora, las cartas son sobres vacíos, tanto en su exterior como en su interior. Son como sobres toscos e impersonales, con dibujos y colores de mal gusto … o poca estética, cuyo remitente desconocido imprime su nombre de forma mecánica, si tenemos la suerte de que se haya molestado en ello… con tu dinero, claro. Las palabras, son correo postal de propaganda electoral, vacías, cuyo único objetivo claro es saturar tu buzón por cantidad, … sin mensaje. Ya no importa la substancia de lo que dices, sino lo impactante que resulta, aunque sea mentira. Hoy el lenguaje es Pauloviano y no el de Quevedo (me refiero al de verdad… al de verdades…).
Ese tipo, el Quevedo marcado por la Cruz de Santiago en el pecho…sí que sabia decir y usar las palabras.
Pero al final, lo peor… es que todos gritan cosas… y nadie dice nada, porque nadie… hace luego nada.
Parole, parole, parole…


Magnífico artículo, efectivamente todos gritan sin sentido ni acción, la cuestión principal todos los voceros no han realizado el ejercicio básico para que la elocuencia y materialización de una propuesta llegue a término.
Literal de su artículo “reorganizar el pasado” está esta es la clave.
Saludos
Verdad verdadera, y lo peor es que ya no se escribe ni en las redes, nos dedicamos a que nos digan lo que tenemos que hacer. La Espasa Calpe, sustituida por las Redes, la sabiduria popular sustituida por gurús de cursillo on-line, esto no pinta bien…
Magnífica reflexión.