“La agricultura es la profesión propia del sabio, la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre.” — Cicerón.
Nací en una familia humilde, hija de autónomos que regentaban un pequeño bar, la cuarta de cinco hermanos. Desde pequeña, cruzaba la calle para irme con Antonio y Gracita, ellos tenían un huerto, vacas y gallinas, y yo soñaba con tierras, cultivos y maquinaria agrícola. Aquella vocación temprana me llevó a estudiar Ingeniería Técnica Agrícola, y desde entonces mi vida ha estado vinculada al campo, en todas sus formas: he trabajado tanto para pequeñas empresas familiares como para grandes multinacionales del sector agroalimentario.
Pero la verdadera lección de mi vida llegó con la maternidad. Cuando decidí y comprendí que debía tomar las riendas de mi tiempo, de mi profesión y de mi pasión. Así nació mi etapa como autónoma, hace ya 14 años. Y en 2017 di un paso más al fundar ITEAF Sevilla, S.L., una empresa dedicada a la inspección técnica de equipos de aplicación de fitosanitarios. Una actividad técnica, sí, pero también profundamente humana: ayudamos a que los agricultores trabajen de forma más segura, eficiente y sostenible.
El campo no se detiene, y yo tampoco. En 2023 mi marido y yo adquirimos una pequeña finca de olivar arbequino, una ilusión compartida que cuidamos con nuestras propias manos. De ese esfuerzo nació en 2024 MI CHIQUILLA, nuestro aceite de oliva virgen extra monovarietal, elaborado con aceitunas recogidas solo de vuelo, en envero, y molturadas en frío antes de 48 horas. Un aceite con nombre femenino, como homenaje a mi hija y a todas las mujeres que cuidan la tierra con amor y respeto.
El reto de modernizar sin perder el alma
Hablar hoy de modernización del sector agrario no es hablar solo de tecnología o digitalización. Es hablar de dignificar la profesión agrícola, de apostar por la calidad, de incorporar conocimiento y respeto al trabajo rural. La modernización debe ser una herramienta al servicio del agricultor, no un fin en sí mismo.
Necesitamos atraer mano de obra cualificada, generar condiciones laborales justas y, sobre todo, recuperar la ilusión. El campo no puede ni debe ser visto como un refugio del pasado, sino como una fuente de innovación, sostenibilidad y valor añadido.
La experiencia me ha enseñado que el éxito no llega de la noche a la mañana, sino del esfuerzo continuo, la formación, la curiosidad y la capacidad de adaptarse. Modernizar el sector agrario pasa por digitalizar explotaciones, mejorar la eficiencia energética, optimizar el uso del agua y de los recursos, y conectar mejor con el consumidor final. Pero también pasa por poner en valor a las personas: a los agricultores, a las mujeres rurales, a los jóvenes que deciden quedarse en el campo.
Sembrar futuro
A veces me preguntan por qué sigo apostando por este sector, con todas sus dificultades. La respuesta es sencilla: porque creo en él. Creo en el campo como motor económico, social y emocional de nuestro país. Creo que un producto bien hecho, nacido del respeto por la tierra y elaborado con mimo, tiene siempre su lugar en el mundo.
Mi sueño —y mi compromiso— es demostrar que la modernización no significa deshumanización. Que se puede innovar sin perder la esencia. Que el futuro del campo depende tanto de la tecnología como del amor por lo que hacemos.
Y que, como decía Cicerón, la agricultura sigue siendo la ocupación más digna para todo hombre —y toda mujer— libre.
Por Jacoba González, Ingeniera Técnica Agrícola y fundadora de ITEAF Sevilla, S.L.

