Ordenar un trastero puede llevarte a encontrarte con cartas antiguas, como contaba un buen amigo. A mí, que trabajo cada día entre residuos orgánicos y tecnologías limpias, me lleva a otro lugar: a revisar el impacto de lo que hacemos —y lo que no— en nuestro entorno. Porque la sostenibilidad no es una moda. Es una responsabilidad que debemos asumir desde lo profesional y desde lo personal. Y cuanto antes, mejor.
Desde el punto de vista empresarial, en nuestro diario no tratamos solo residuos. Tratamos oportunidades. Transformamos lodos, restos orgánicos y subproductos de industrias agroalimentarias en energía renovable y fertilizantes. Cerramos el ciclo, devolvemos a la tierra lo que es de ella. Cada tonelada tratada correctamente es una tonelada que no contamina. Cada metro cúbico de biogás es un paso hacia la descarbonización. Cada aplicación controlada de digestato en el campo devuelve al suelo lo que una agricultura intensiva le ha ido robando.
Pero esto no va solo de tecnología. Va de personas, de modelo de empresa, de coherencia. Apostamos por un modelo que combina rentabilidad, innovación y responsabilidad. Nos enfrentamos cada día a retos normativos, logísticos y climáticos. Pero creemos que no hay economía sin ecología. Y lo demostramos con hechos, no con publicaciones banales y vacías.
A nivel personal, esta visión se traduce en hábitos. En enseñar a mis hijos que tirar una botella al contenedor correcto no es un gesto aislado. Que reutilizar, reparar o reducir es parte del respeto a los que vendrán. Que la sostenibilidad empieza en casa, pero no acaba ahí. Porque no basta con reciclar si luego damos la espalda a cómo se produce lo que consumimos o a dónde va lo que desechamos.
La sostenibilidad no es un destino. Es un rumbo. Y como cualquier rumbo, exige brújula y decisión. Y, sobre todo, compromiso. En mi caso, ese compromiso es diario, tangible y, a veces, incómodo. Pero absolutamente necesario.
Porque como decía Quevedo —el de las verdades—, “el que quiere en esta vida todas las cosas a su gusto, tendrá muchos disgustos”, y en mi caso digo: prefiero aceptar las incomodidades del cambio que las consecuencias de no hacer nada.

